De los autores que leen sus obras en público y de sus terribles consecuencias.
Hernán Gené
Cuando asisto a presentaciones de libros nunca deja de sorprenderme esa insistente costumbre de los editores y organizadores de hacer que el propio autor lea algunos pasajes de su obra.
No conozco a ninguno de esos escritores que no consiga en poco tiempo desprestigiar su propio trabajo. Ignorantes del arte de decir en público, de crear climas con la voz, de usar variadas tesituras, etc., ignorantes, al fin, del arte del actor se empeñan en declamar con voz lastimosa palabras que, a no dudarlo, están llenas de belleza pues el hombre lo que sí sabe hacer es escribir y es, en definitiva, un poeta.
Si nunca has ido a una presentación no tienes más que, por ejemplo, escuchar las grabaciones de Neruda leyendo “Puedo escribir los versos más tristes esta noche/puedo escribir por ejemplo ‘la noche está estrellada’…”, poema profundamente bello en su enorme simpleza y que el bueno de Pablo se encarga de desentonar y descalibrar con esa voz de corneta que siempre tuvo.
O el recitar cansino de Borges con esas pausas previsibles y monótonas al fin de cada verso, etc.
(Afortunadamente tenemos estas grabaciones que nos permiten conocer algo de la voz de grandes personajes, pero de ninguna manera están a la altura de su propio arte, la escritura, al leer su obra en voz alta y para un auditorio.)
Si a nadie se le ocurre a obligar a un compositor de piezas para violín que las interprete él mismo el día del estreno no comprendo por qué eso sí ocurre con los escritores, la mayoría de ellos llenos de sentido común y sin embargo tan envanecidos de sí mismos que no comprenden el terrible error que están cometiendo.
Si para estrenar una pieza de violín de alto virtuosismo se convoca a un profesional del instrumento y el autor permanece sentado escuchando, no hay más que sumar dos y dos para llamar a un actor profesional para que lea o diga en voz alto aquello que (aunque compuesto para disfrutar en el discutible silencio de la mente) un gran poeta se ocupó de dar a conocer.
Comprendo el arrobamiento casi cateto del público al poder escuchar a su autor favorito, pero que este hombre ¡no lea sus escritos, por Dios! Que charle, que improvise, que cuente cuánto trabajo le costó dar a luz su obra, que narre anécdotas, ¡pero que no lea!
Que llegado el momento le de la voz al que sí sabe hacerlo pues para eso se formó y entrenó: un actor.
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